Me dispongo a ver la televisión. Me preparo el café correspondiente. Pongo un canal al azar y una película capta mi atención.
Una hora más tarde, me asalta una duda: ¿he estado más tiempo viendo la película o más bien los anuncios que invaden los intermedios de ésta? Las marcas utilizan estos espacios para intentar, a través de la interrupción, captar nuestra atención. Pero cuando el usuario se sienta en frente del televisor, hoy en día, sus posibilidades de elección son infinitas. Seguramente, cuando tan solo eran dos los canales a poder elegir, las marcas tenían mucho más fácil el captar la atención de unos televidentes que poco podían hacer. En España, en estos últimos diez años hemos pasado de los 2.607 anuncios diarios a 6.239. Es interesante el hecho de que el 23% de la audiencia huye despavorida en cuanto intuye el bloque publicitario. Este dato aumenta a un 69% cuando el bloque se encuentra dentro de los últimos 15 segundos del último minuto del programa, serie o película en concreto.
Cansado de tanta interrupción, después de la ducha de rigor, decido bajarme a tomar un café con mis amigos. Vamos al bar de siempre, donde solemos discutir temas de actualidad o que nos atañen al grupo. Cuando todos tenemos algo que decir, cuesta que el otro atienda lo que estás exponiendo, sobre todo cuando lo único que está haciendo es pensar lo que él quiere decir. Un método muy utilizado para querer lograr captar la atención de los demás es elevar la voz. Creemos que así inmediatamente todo el mundo se girará hacia nosotros, en silencio, esperando que pronunciemos el magnífico discurso que les teníamos preparado.
Nada más lejos de la realidad. En la actualidad, el emisor debe hacer un esfuerzo mayor por captar la atención de los demás. El ritmo acelerado de nuestras vidas hace que la calidad del mensaje deba ser distinta. Tanto las marcas, como los políticos, como cualquier persona que trate de captar nuestra atención, tienen que saber que no todo vale y que ahora, el receptor es más exigente, quizá porque se ha vuelto más escéptico, quizá porque está saturado de tanta información, quizá porque tiene mayor posibilidad de elección. La manera de llegar a él no es la interrupción, ni la elevación de los decibelios del mensaje. Debemos invitar a la comunicación, debemos conseguir que nuestro mensaje, nuestra historia, nuestro discurso o nuestro anuncio consiga apelar a los sentimientos de aquellos a los que va dirigido y que éstos puedan hacerlo suyo, modificarlo, deformarlo a su manera y contárselo a otros.
Una forma de comprobar esto de manera más tangible es Internet 2.0., o lo que es lo mismo, la “democratización de la comunicación”, en donde la línea que separa al emisor del receptor se diluye cada vez más. En donde la comunicación ha pasado a ser más horizontal y accesible. Si esto no fuera así no tendría sentido que fueran los votantes norteamericanos lo que eligieran la sintonía de la campaña política de Hillary Clinton, o que la marca Kleenex encargara a sus usuarios la decoración de los envases de sus toallitas. Estamos en la era en la que ya no manda el emisor, sino el todopoderoso receptor.
Una hora más tarde, me asalta una duda: ¿he estado más tiempo viendo la película o más bien los anuncios que invaden los intermedios de ésta? Las marcas utilizan estos espacios para intentar, a través de la interrupción, captar nuestra atención. Pero cuando el usuario se sienta en frente del televisor, hoy en día, sus posibilidades de elección son infinitas. Seguramente, cuando tan solo eran dos los canales a poder elegir, las marcas tenían mucho más fácil el captar la atención de unos televidentes que poco podían hacer. En España, en estos últimos diez años hemos pasado de los 2.607 anuncios diarios a 6.239. Es interesante el hecho de que el 23% de la audiencia huye despavorida en cuanto intuye el bloque publicitario. Este dato aumenta a un 69% cuando el bloque se encuentra dentro de los últimos 15 segundos del último minuto del programa, serie o película en concreto.
Cansado de tanta interrupción, después de la ducha de rigor, decido bajarme a tomar un café con mis amigos. Vamos al bar de siempre, donde solemos discutir temas de actualidad o que nos atañen al grupo. Cuando todos tenemos algo que decir, cuesta que el otro atienda lo que estás exponiendo, sobre todo cuando lo único que está haciendo es pensar lo que él quiere decir. Un método muy utilizado para querer lograr captar la atención de los demás es elevar la voz. Creemos que así inmediatamente todo el mundo se girará hacia nosotros, en silencio, esperando que pronunciemos el magnífico discurso que les teníamos preparado.
Nada más lejos de la realidad. En la actualidad, el emisor debe hacer un esfuerzo mayor por captar la atención de los demás. El ritmo acelerado de nuestras vidas hace que la calidad del mensaje deba ser distinta. Tanto las marcas, como los políticos, como cualquier persona que trate de captar nuestra atención, tienen que saber que no todo vale y que ahora, el receptor es más exigente, quizá porque se ha vuelto más escéptico, quizá porque está saturado de tanta información, quizá porque tiene mayor posibilidad de elección. La manera de llegar a él no es la interrupción, ni la elevación de los decibelios del mensaje. Debemos invitar a la comunicación, debemos conseguir que nuestro mensaje, nuestra historia, nuestro discurso o nuestro anuncio consiga apelar a los sentimientos de aquellos a los que va dirigido y que éstos puedan hacerlo suyo, modificarlo, deformarlo a su manera y contárselo a otros.
Una forma de comprobar esto de manera más tangible es Internet 2.0., o lo que es lo mismo, la “democratización de la comunicación”, en donde la línea que separa al emisor del receptor se diluye cada vez más. En donde la comunicación ha pasado a ser más horizontal y accesible. Si esto no fuera así no tendría sentido que fueran los votantes norteamericanos lo que eligieran la sintonía de la campaña política de Hillary Clinton, o que la marca Kleenex encargara a sus usuarios la decoración de los envases de sus toallitas. Estamos en la era en la que ya no manda el emisor, sino el todopoderoso receptor.
“Durante cincuenta años confiamos en el modelo de la Interrupción y Repetición. Pero el mundo ha cambiado. Es el espectador el que tiene el control, las posibilidades de elección de canales son ilimitadas y los presupuestos se recortan cada día más. La era de la Interrupción ha muerto. Estamos en la era de la Invitación”
Niall FitzGerald, presidente de Unilever